En el planeta
que habitamos hay miles de emociones concentradas reales y físicas que
desencadenan circunstancias enigmáticas en el ámbito de la costumbre y
revierten la conciencia en consciencia a medida que nos aproximamos a su
estudio y reflexión, no es debido a la ensoñación, los humos contaminantes de
la gran ciudad o el cuerpo desfilante de radiación de ultrasonidos
que rodea nuestro ajetreado hábitus ciudadano, y serena con su parsimonia
reflectante el espacio vital devastado de acontecimientos efectivos que
descargan su energía omnipotente para producir la nueva maqueta social que
expresa el pensar de un colectivo.
Los
observadores de la especie humana, conscientemente tratan de expresar
deliberadamente aquellos puntos de interconexión que revelan la categoría única
de la realidad y su ambivalencia con la ficción hasta el momento en que ambas
se entrelazan para producir cultura, gracias a la inestimable participación del
componente fundamental que configura toda forma de pensamiento y aprendizaje y
estimula la memoria, el juego, la risa, los deseos, las aversiones y hasta los
miedos, cuya información domina toda regla de trabajo y ordena las ideas y las
cosas en la trascendencia o la inmanencia, este elemento fundador de toda forma
de actuar es el lenguaje que aparece de forma acústica(como un hola que tal a
un extraño), expresiva(como dar un beso a una madre) o metafísica(como dudar de
la resurrección de Cristo).
El peso de las
palabras en nuestras vidas es directamente proporcional al tiempo que pasamos
despiertos pero incluso en el lapso de tiempo natural que es necesario
descansar, el lenguaje continúa actuando indeterminadamente prescindiendo de
líneas directrices, bandas sonoras o partituras, y estamos acostumbrados a
ello, no es necesario tampoco hablar en determinadas situaciones cotidianas,
por ejemplo en el metro o delante de una película pero dichas interacciones,
entre las tareas precisas que desempeñamos por placer, y las esferas internas
de un pensamiento que reproduce la rutina como un reloj, son también parte del
lenguaje íntimo de cada ser humano que actúa en sociedad, y la dificultad es
abismal en la descripción del humor debido al cual las ideas sobre las cosas,
las mujeres y los hombres cambian tanto y describen diversas apariencias.
Siempre se ha
dicho que una foto vale más que mil palabras, en algunos casos es cierto, pero
es un ejemplo que refuta la idea sobre lo indeterminado que podemos llegar a
mostrarnos ante el entorno natural, una vez has visto la foto, has comprendido
el mensaje, lo has reelaborado y de una forma artificiosa la información allí
presentada se esfuma ante la percepción propia del hecho, la dinámica que
atrapa toda descripción no sugiere precisamente el horror vacui panorámico que
rodea la espalda del fotógrafo y por tanto la esencia del momento
queda sesgada ante su delicado sentido de la belleza y no evidencia la
razón para la que se hizo la propia foto, por eso, el frenético narrador que
observa lo que ve sin mediación de aquella cámara vieja, respira entre luces y
cine de Clint Eastwood, preguntándose simplemente, qué dijo aquel fotógrafo de
Luis Amadeo de Saboya para llegar hasta la cima del Chogolisa himalayense y
dedicarse a hacer fotos.
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