No puedo empezar a
contar una historia sin antes saber qué quiero contar y así es como habitualmente
comienzo a escribir mis pensamientos, un contexto en el que además habitualmente
me pierdo a falta de luz y entonces me preguntó que hice para caer en mí mismo
sin poder salir.
Caminaba en
dirección a un rumbo secreto, con unas botas de agua y el viento como compañero
de excursión. La tarde caía lentamente en una ensalada de nubes con sustento,
podía haberme mojado pero me abrigaba un eficaz indumento, no corría prisa,
pero tampoco iba lento, diría que se hacía de día por momentos pero las sombras
esta vez estaban eligiendo como actuar, cual era el argumento posible y algo
tenía que ver con el viento. Era una fresca pradera con pastos y el olor del nutrido
suelo resolvía con gozo el clamor del cielo, que a pesar de oscuro, tenía algo
de bueno. Nadie me rodeaba en aquel momento, a pesar de las vacas, los cuervos
y otros esbeltos animalejos, yo iba atento del Sol que saldría por momentos. El
llano se desenvuelve en monumentos que no tienen arquitecto, los árboles, setos
y cabestros, parecen tan ajenos como yo a mis argumentos, en realidad no
estimamos eso que llaman tiempo.
Era de día y tan claro
que podía ver los colores en su apariencia despierta, podría llegar la noche y
convertir la sal en pimienta. El resplandor suave del centro estaba ahora en su
mejor reflejo, las grises llamas se habían transformado en verde amarillento y
aún así los musgos tan hermosos crispaban mi entendimiento, los ojos entorpecen
cada momento, se dejan cautivar por aquello que parece incierto. Recuerdo que
todas las rocas del lugar estaban pobladas por una vida que ignoraba toda clase
de viento, aprovechaba la luz por más que obedecimiento, regresaba al vacío
para insertar un refrigerante reino. No esquivé ningún árbol, en realidad
seguía el camino recto, la valla se aproximaba, tras diez minutos y medio.
Cuando las sombras desaparecieron de nuevo ya estaba lejos de aquel momento, de
pronto una valla cambia el paisaje y lo que antes eran encinas ahora son
arbustos, pinos, jaras y romerales, por el suelo hay surcos de jabalíes que
buscan alimento o refugio, no dan tanto miedo pues solo comen raíces, bayas y
pienso, pero no he visto muchos últimamente. Corren mucho y tienen unos
colmillos de cuento pero defienden su manada y eso es lógico pero se asustan si
lanzas una piedra o les intentas clavar un palo, pobres indefensos.
Detrás de todas esas
ramas altas y pequeños recovecos hay un camino que ya lleva tiempo abierto,
pero ha crecido, se abultó en otoño y
hay que saber verlo, en todo caso la casa ya está delante de mí, de hecho ya
conozco el camino, hay un claro tras la valla, es por la derecha, entre dos
finos árboles mochos y al fondo a la izquierda bajo un olmo seco. La caseta es
un secreto, una finca al descubierto, un lugar de esparcimiento o simplemente
una ruina de hace no mucho tiempo. Lo que la gente no sabe es que allí son
rotundos los atardeceres, que tiene una sala con chimenea y que se puede
escalar en sus paredes, es pintoresca por la esbelta escalera de piedra que la
levanta y por la piedra sobre la cual fue concebida, por eso en su piso de
arriba tiene la mejor de las perspectivas.
El horizonte norte está compuesto por la Maliciosa, una
peña imponente que en estas fechas se adorna con nieves y nubes, es
sobrecogedor. En el este está Madrid con
sus cuatro torres de plaza de castilla y toda la ensenada del pardo con las
pequeñas cumbres desnudas del granito, en las anchas orillas del río Guadarrama.
Lo que aparece en el sur es el pantano de Valmayor, con todo su esplendor, la
masa de agua y su frecuentado puente achica la distancia, en todas partes hay
una selva frondosa, es la imagen del perezoso, los árboles inundan un foso
tremendo por lo frío y lo anguloso, cada resquicio de luz parece una minúscula
esfera muy lejana y a destiempo. La imagen del oeste está templada con una
Cruz, rodeada por las nubes que no tienen ni este ni sur, las acumulas con
capricho, es una luz espesa, refleja el oscuro color del bosque y la nieve
congela el nivel de las nubes al ras de
nuestras cabezas. El monte abantos es la frontera que aparece más cerca y
debajo sigue latiendo el reino de una España secreta.
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