El día de ayer sirvió a las doce el descuento de personas a
las escaleras del metro que incesantes se obligan a girar en todas las
estaciones del año que aún no fracturan la gran fila de gente que usa sus
doscientos escalones unidos en la desidia con el pasamanos de plástico que gira
al lado de un paquete de servilletas a dos por unidad que se encuentran en la
plaza fina del centro de Guatemala, desde las escaleras intercalan su trasiego
dos gitanos de León que ya rondan la cuarentena y no hablan, miran sus
teléfonos móviles a través de una pestaña de música que anclaron a sus oídos en
la época milenaria que se escapa inmersa en ruido y espejos que hablan bajo la
lenta mirada de ojos humanos, después de las estaciones secas del invierno y
los tifones del otoño, las tiendas vuelven a estar llenas de jabones y espagueti,
tomos de Ken Follet y mis películas favoritas de Robert Deniro, es una estación
de la primavera húmeda y fría, todos llevan jersey y hacen la vista gorda con
los pantalones de las chicas que apenas asoman sus cuellos a la sombra. Fuertes
resuenan en sus oídos aquellos ritmos de guitarra eléctrica de Antonio Flores y
encuentran urgente echar un charlestón mientras quieren hacer aquella música
por medio de la imaginación, trepando por el estribillo están tan arriba que se
estuvieron a punto de disfrutar un planchazo de escenario al pie del héroe de
hierro. Cuando pasan por delante de la sección de televisores echan un vistazo
al fútbol, se sientan y lo miran, lo están deseando, podrían jugar si quisieran
pero no se encuentran allí, la espera y el resultado aplastante de derrota del
equipo visitante les quita las ganas de aguantar entre tanto esperpento, la
espera los lleva a mirar dentro de la tienda, pero no encuentran nada más que
comida y trastos para lavar, ni un triste sello para mandar una postal a casa o
a la selva a ver qué tal andan sus compadres de Sierra Maestra, podrían haber
llamado ellos, pero no tienen su número, y puede que se hayan mudado, podrían
estar de viaje, podrían ser tíos y abuelos, o tal vez un trabajo excitante, o
tal vez estuvieran viendo el fútbol y escuchando a Rosarito, realidad o no, no
pensaban en sus sellos, pensaban en la cita con la chica que asaba castañas
cuando las robaba de un gran almacén demasiado caro echo para turistas a la que
pillaron robando la tarde pasada mientras hacían la ronda del supermercado en
su turno de almacenaje, pero estaban seguros de que no iba a ir, no iría
seguro, ella estaba segura de que ellos estaban seguros de que no iría y pensó
que ellos no irían, estaba asustada, y fue, por lo que se vieron, que iban a
hacer ninguno lo sabía y a lo mejor se asustaban mutuamente pero la chica se
fio de la palabra que decía “Reflexiona sobre lo que haces y en donde te metes,
sobre todo por dónde lo haces y qué quieres” por lo que no quiso o no pudo
sentir la tentación de mirar más en el sitio erróneo por mirar de forma errónea
y la asustó no saber por dónde pedir permiso a todo el mundo para corresponder
lo que quería de sus castañas con el sentimiento de la hazaña de hacerlo todo
sola porque en el fondo, nadie la quería y ella necesitaba aquella cosa que
llamaban dinero para salir por libre, para ser corriente, para descansar y para
comer, sabía que con poco podía hacer mucho y no lo quería estropear, aunque su
única salida era robar, no tenía nada de dinero y la educación es cuestión de
gustos, por eso sabía que su negocio estaba en la vía libre, tenía ganas de
asar castañas a la gente, no pasaba nada por eso, si bien es cierto quería
salir de su casa, no podía vivir fuera de aquella caseta de asar castañas
porque era muy pobre y estaba sola, la vida entera le había premiado con una
aventura nefasta y aquellos tipos eran lo único que tenía. “Tienes trabajo y
quieres seguir teniéndolo, y vas a trabajar con las grúas” “Podría…
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