1º Introducción.
El texto de sociología del consumo que tenemos ante nosotros es un
análisis social de los contextos modernos en los cuales se genera el valor de
las mercancías. La cultura del simulacro tal y como la entiende este autor es
consecuencia de una pérdida de sentido progresiva en el campo simbólico debido
a la irrupción de objetos-signo que no entran en el ciclo de la expresión y la
religiosidad, más bien se encuentran encerrados en procesos productivos y
contextos económicos.
El autor acuña mediante excelsos ejemplos el paradigma de lo
“hiperreal”, es decir, del objeto real producido sin una razón y origen o
realidad. El texto contiene diversos ensayos, en el siguiente orden: La precesión de los simulacros, El efecto
Beaubourg, A la sombra de las mayorías silenciosas y El fin de lo social. En
el primero reflexiona acerca de la naturaleza y el futuro de la etnografía y
sobre las grandes transformaciones sociales y políticas de la sociedad de
consumo; en el segundo construye la idea de la “implosión” llevando el símil
nuclear a la incrustación de espacios urbanos cuya fragilidad estética remite a
una fugacidad cultural de las masas; en A
la sombra de las mayorías silenciosas critica la idea marxista de masa como
forma de la asimilación de los cambios estructurales y su capacidad crítica
para reaccionar ante los cambios políticos y sociales “masa sin habla que está
ahí para los portavoces sin historia”(1978:113), concluyendo que, al contrario
de lo que se piensa, no son un espejo de lo social, sino más bien, el espejo de
lo social es el que viene a romperse sobre ellas; por último, en El fin de lo social, concluye con la
idea de que estamos enterrando la sociedad (entendida como abanico de intereses
que se apoyan los unos en los otros mediante la organización de la producción y
el intercambio de tareas) bajo el simulacro de lo social mediante la tecnología
que soporta los intercambios de comunicación a gran escala en nuestros días,
acorde con la idea de la posmodernidad, propuesta para comprender las
implicaciones simbólicas del comportamiento humano, cuya esencia abstracta, que
durante la historia remitía a aquello trascendental, y que mediante el
desarrollo económico y científico ha provocado que los problemas de la
trascendencia se conviertan en problemas de la inmanencia (como las
enfermedades, la escasez de recursos, la familia, la obsolescencia de los
artefactos, la justicia, etc.).
2. Análisis de la obra.
Para Jean Baudrillard, la cuestión de la teatralidad de la vida social
es crucial para comprender su análisis de los acontecimientos, que a priori son
performativos, de la identidad subjetiva y confluyen con los componentes
históricos, sociales y políticos (culturales) que mediante la antropología se
pueden analizar como imaginario, cosmovisión u arquetipos. Este relato es una
advertencia teórica que se enuncia como manifiesto posmoderno y que remite a
las estructuras estéticas del barroco del siglo XVII del sur de Europa que tuvo
su origen en Italia y que apostó por el contraste lumínico, las formas sedosas,
curvas y circulares para crear lo que en algunos estudios se entiende como una
mirada de pliegues, esto quiere decir la superposición hermenéutica de los
diferentes contextos mediante la pérdida de la referencia temporal
privilegiando una expresión vitalista y lo que en otros contextos se conoce
como presenteísmo, o lo que es lo mismo, una consecuencia de la prevalencia del
ambiente y de la apariencia en la cual todo se vuelve suceso.
El propio Baudrillard exclama “tras el barroco de las imágenes se
oculta la eminencia gris de la política”(1978:16) y parte de la hipótesis de
que la profundidad de la realidad es irreconciliable con el impacto de una
imagen (simulación) y a menudo las imágenes, en cuanto que arquetipos no
cumplen con la función dialéctica de las representaciones, o lo que es lo mismo
“mientras que la representación intenta absorber la simulación interpretándola
como falsa representación, la simulación envuelve todo el edificio de la
representación tomándolo como simulacro”(1978:18). Este contexto remite a la
frase de G. Banzin que dice “la plaza de la ciudad barroca es un espacio
secreto” por la indeterminación conceptual que ejecuta el autor porque habla
mediante imágenes.
El texto contiene una gran cantidad de analogías como la de “muerte de
lo real”, “la implosión”, “muerte de lo social” y “universalidad subjetiva”
entre otras que son imágenes propias del autor que simplifican la naturaleza de
sus afirmaciones, a menudo demasiado circular incluso para la estética barroca.
Su perspectiva del presente se va a concentrar en lo cercano, en lo terreno, en
la imagen, la naturaleza, pero desde el paradigma de la sinergia entre lo
arcaico y lo contemporáneo, por ejemplo su analogía con los iconoclastas,
propuesta ideológica y ética que plantea las contradicciones del uso de la
imagen ya que “está claro, pues, que los iconoclastas, a los que se ha acusado
de despreciar y de negar las imágenes, eran quienes les atribuían su valor
exacto, al contrario de los iconólatras que, no percibiendo más que sus
reflejos, se contentaban con venerar un Dios esculpido. Inversamente, también
puede decirse que los iconólatras fueron los espíritus más modernos, los más
aventureros, ya que tras la fe en un Dios posado en el espejo de las imágenes,
estaban representando la muerte de este Dios y su desaparición en la epifanía
de sus representaciones”(1978:16). Este tratamiento epistemológico de la
realidad es en esencia el contexto Barroco como tipo de sensibilidad, tal como
E. de Ors que veía en el barroco “un género común con series variadas de
sucesos históricos, más o menos alejados cronológicamente”.
En nuestra sociedad el arte no puede reducirse a la producción
artística (como ocurría en la Ilustración) sino que se convierte en un hecho
existencial, el arte se ha trivializado, da estructura a la banalidad, es
decir, “hace sociedad”, es así como la “ética de la estética” se convierte en
una forma de comunicación ya que lo estético, el sentir común, parece ser el
mejor medio para nombrar el “consenso” de los sentimientos compartidos o las
sensaciones exacerbadas. Este contexto imprime la realidad en términos de
apertura, la estética nos remite a la apariencia y las apariencias son una
simulación en la que se pretende fingir que se tiene lo que no se tiene y así
se rompe la unidad en la “mirada”. La ruptura de la unidad es el estallido de
los valores sociales, el relativismo ideológico, la diversificación de los
modos de vida; lo que engendra esta barroquización de la existencia a la cual
nos vemos confrontados y que provoca la interpretación de una estructura
dinámica. Ahora bien, cada una de estas categorías (la metáfora, la analogía)
pone en juego la lógica de lo imaginal (imágenes, imaginarios, imaginación,
apariencia) que actúa en la complicación del barroco. La vida social acentúa la
apariencia.
La estructura del arte como acontecimiento trivial y la cultura de la
imagen basada en la división de signo y significado son un evento histórico que
sólo había tenido lugar durante el período barroco, cada objeto, por su misma
banalidad, está rodeado de un aura que hace que sea acontecimiento. Ahora se ha
vuelto mágico. Nuevo tótem, este objeto concentra el tiempo. Se vuelve un
condensado de tiempo y espacio. Lo que significa que la reorientación de la
temporalidad es capital para comprender lo que está en juego en nuestras
sociedades. Es ahí ciertamente donde está la verdadera cesura entre modernidad
y posmodernidad.
César Rendueles en Sociofobia afirma que “vivimos en un sistema
económico profundamente paradójico, que desarrolla increíbles posibilidades
tecnológicas y sociales de las que a menudo es incapaz de sacar partido”(2013:48).
En lo referente a la imaginación social o los arquetipos colectivos de los que
tanto mana la teoría epistemológica, este autor español también tendría una
perspectiva crítica que puede verse en relación con la sociología del consumo y
su propia visión de la teoría marxista, aunque Baudrillard, aun siendo anterior
se debe considerar posmarxista. Para César Rendueles el desarrollo tecnológico
por sí solo es inocuo “el desarrollo tecnológico es compatible con una mayor
igualdad en aquellas sociedades comprometidas con la redistribución económica y
el igualitarismo”(2013:43), en la afirmación anterior se remite a una ideología
concreta, acorde con la tesis marxista “sin avances materiales sustanciales, no
es posible ni siquiera plantearse la liberación política” pero también, así
como Baudrillard está preocupado por la simulación como proceso estructural,
que articula las demandas de toda la población sean del tipo que sean, este
concepto de conciencia colectiva dista de la teoría hecha por Cesar Rendueles
que dice “pero una comunidad campesina de Kerala y un aficionado norteamericano
al cine clásico viven situaciones extremadamente distintas que nociones como
inteligencia colectiva o general
intellect –un concepto que Marx emplea en los Grundrisse- no recogen en
absoluto”(2013:46). Es decir, que nos encontramos ante el dilema de la globalización, o más
bien, las tareas que esta genera, como la tensión entre uniformidad y
especificidad, este giro en la explicación no es casual ya que además el autor
español plantea como los intereses económicos configuran el lenguaje en que se
expresan las demandas sociales y cómo esto queda afectado por la ideología, o
dicho de otra forma “desde su punto de vista, las relaciones entre los
artefactos no sólo estarían sentando las bases materiales para una
reorganización social más justa y próspera sino produciendo de hecho esas
transformaciones sociales”(2013:45) afirmación que está en las antípodas de la
teoría social de Jean Baudrillard.
3º Conclusión.
Las aportaciones de este trabajo se pueden encontrar a modo de
análisis en el Estudio introductorio: la dictadura del signo o la sociología
del consumo del primer Baudrillard escrito por Luis Enrique Alonso en otra de
sus obras importantes La sociedad del consumo. Sus mitos, sus estructuras. Aquí
hay puntos en común con lo tratado anteriormente que explican los rituales de
consumo contemporáneos, se parte de la noción de que “no existe ya ninguna
sustancia de valor, autodevorada por el propio proceso de
intercambio”(2009:XXI) y de que “la sociedad en general (y la sociedad de
consumo, en particular y muy especialmente, como veremos inmediatamente) se
puede aprehender en términos de intercambio en tanto que este se efectúa por la
representación de una fuerza social concentrada en sus símbolos”(2009:XXVIII),
así como “consumir significa, sobre todo intercambiar significados sociales y
culturales y los bienes/signo que teóricamente son el medio de intercambio se
acaban convirtiendo en el fin último de la interacción social”(2009:XXXI) y a
modo de conclusión “en una palabra, y como ha señalado el propio Jean
Baudrillard, los productos del mercado evolucionan hasta convertirse en meros
simulacros de sí mismos; adquieren una estructura señuelo, en la que su forma
exterior, superficial, rompe la dependencia con respecto a su contenido,
profundo, y aparece, por lo tanto, una dimensión signo” o lo que es lo mismo
“el mensaje no habla del objeto, el objeto habla del mensaje”(2009:XLIII).
4º Bibliografía
Baudrillard, J. (1978). Cultura
y simulacro. (7ª Ed.). Kairós.
Rendueles, C. (2013). Sociofobia: el cambio político en la era de la
utopía digital. En Capitán Swing (Ed.), Ciberfetichismo
(pp. 41-71).
Maffesoli, M. (2007). En el crisol de las apariencias. En siglo
veintiuno editores (Ed.), La barroquización
del mundo (pp.143-176).
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