Verano en Eslovenia


Mi viaje ha tenido un invitado especial conocido entre los médicos como trastorno de la personalidad, una tendencia personal a confundir los hechos con los pensamientos y las palabras con los gestos. La situación en casa es oscura, yo no sé qué debería de hacer para que mi respeto se recupere de la dilatada manipulación que sufre a pesar de lo vivido y representado. Últimamente soy incapaz de comunicar mis ideas porque tengo un puente de tela a punto de soltarse uniendo mis instintos a la empatía, confundo el bien propio con la felicidad ajena y a pesar de ello o más bien gracias a ello no puedo comprender el espacio vacío en el que ha decaído mi personalidad. Yo mismo debiera ser mi propio referente y mi propio jefe, pero las exigencias públicas me convirtieron en un símbolo más del capitalismo de forma que represento un gasto físico y psíquico para la gente que me rodea pero, ¿uién me rodea a mí? A mí me rodea la apatía, el abuso de sustancias estupefacientes y la incómoda presencia de un eco musical desafinado y rosa, es decir, demasiado puro para llegar al blanco así como carente de la tenacidad suficiente como para abrazar el rojo, el verde, el azul y el amarillo de forma que me encuentro a medio camino entre la austeridad y el prodigio, si embargo me siento tan desafortunado como si apenas hubiera desvelado el manto negro de mis deseos. Me siento esclavo y, sin embargo, lo soy.

Hoy tenía otros planes, podría...

Podría coger un tren, de hecho ya estoy en uno, salida de la Estación Goya en Zaragoza  y llegada a Chamartín, trayecto largo a bordo de un tren lento y recorriendo cientos de paisajes en los simples 300 km que separan mi ciudad de la estación en que gris y confuso me han dejado mis parientes a pesar de mis ilusiones. El entorno está condenado a la soledad de los espacios bañados por el Sol que no se advierten en el lugar de donde vengo. El relieve confiere a la vista una apariencia sinuosa y los páramos se intercalan con cortados de piedra en cuyos aires dominan las rapaces y, si es imposible sorprenderse a través de la televisión, en persona estos animales hacen las veces de invitados de honor. Los pueblos aparecen, más grandes y más pequeños en función de los terrenos o riscos cuya soledad envuelven, dando la sensación de abandono típica del mundo moderno en el que lo arcaico se deteriora en cada momento que una comodidad invisible se condena a sí misma a su alienación en el eco de nuestra ingrata historia, produciendo sombras allí donde pudiera haber restos de esencia pura, ahora comprometida por la velocidad. Son muchos los lugares pintorescos que recrean nuestra mirada, iglesias, castillos, montañas de roca virgen o campos de cultivo perfectamente trabajados y todos ellos siguen siendo la más importante obra del desarrollo de la civilización al condensar en sus áreas de influencia todas las instituciones que permiten el trabajo y el descanso. Pero también son símbolos que han perdido su potencia poética y hoy en día hablar de ellos es caer en el desprecio de la mayoría, la cual se refugia en determinados elementos que alteran sus capacidades físicas y psíquicas. A lo mejor la comunión religiosa se defiende del presente haciendo caso omiso, procurándose su pan y enturbiando una realidad secularizada mediante unas normas con las que ya nadie o casi nadie comulga, como la castidad y la virginidad, evitar los anticonceptivos, el ayuno de la pascua y el recuerdo a los muertos. Es decir, la esencia paisajista de esta zona de tránsito se reduce al escaso contraste entre la arquitectura de los altares y santuarios con respecto a las viviendas y casas de gente cuya ética y moral es convenientemente cristiana. 


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