DESIERTO AZUL
Liberados de la carga del reloj nos adolecíamos de la franqueza con la que expresábamos nuestro plácido aburrimiento, lamentándonos del esfuerzo parcial que supone expresar una emoción a las nueve de la mañana, me preguntaba cuando establecerías el momento en que nuestras posturas asumirían su escueta substancia y así, como hojas que se desparraman cuando el más inepto de tus amigos deja la ventana abierta, te levantaste y miraste hacia el baño, preocupada porque aquel espacio separa perfectamente el confort de la pobreza, porque no sabes adaptarte sin coexistir con sedosa fortaleza y tampoco entablas conversación amistosa. Nunca fue tarde para mostrar ese coraje que halla se confunde con las alas del halcón y aquí con pegar un grito en medio de la calle, pero siempre estuvimos demasiado pendientes del quehacer mundano, en cierta manera no estamos hechos de ninguna pasta especial como esos que sí lo están y aun así hemos reído con la desgracia y hemos insultado al amor.
Liberados de la carga del reloj nos adolecíamos de la franqueza con la que expresábamos nuestro plácido aburrimiento, lamentándonos del esfuerzo parcial que supone expresar una emoción a las nueve de la mañana, me preguntaba cuando establecerías el momento en que nuestras posturas asumirían su escueta substancia y así, como hojas que se desparraman cuando el más inepto de tus amigos deja la ventana abierta, te levantaste y miraste hacia el baño, preocupada porque aquel espacio separa perfectamente el confort de la pobreza, porque no sabes adaptarte sin coexistir con sedosa fortaleza y tampoco entablas conversación amistosa. Nunca fue tarde para mostrar ese coraje que halla se confunde con las alas del halcón y aquí con pegar un grito en medio de la calle, pero siempre estuvimos demasiado pendientes del quehacer mundano, en cierta manera no estamos hechos de ninguna pasta especial como esos que sí lo están y aun así hemos reído con la desgracia y hemos insultado al amor.
Quiero
que tus manos solo corten el aire que inmolaría mi curtida frente mientras
atraviesan el abismo sobre la curvatura de la Tierra así como lo haces tú, con
insolente pasión, con locura nocturna y música de orquesta, en una mezcla que
sacaría de quicio a los más atrevidos y envidiarían los más corruptos, una
sugerencia tuya y caigo como el alba al pasto discreto, como rocío sobre la
tumba de un dictador, seco, esquivo, furibundo, sometido y aterrorizado, vuelvo
a ser lo que nunca fui para convertirme en eso que no sabemos si será. Los ojos
cuando abundan en ti también discrepan, su belleza me humilla y guía cualquier
iniciativa hacia su fin manifiesto pero claro, no todo va a ser baldío y triste
en el amor, pero cuando lo es parece que es perfecto. Lo cierto es que nunca me
miraste como un halcón a una gallina y por eso también sé que el tiempo que
dure será como si de verdad hubiera pasado.
Cuentan
que hicimos las paces con el mundo, que sorprendimos a nuestras familias con
otras familias y nos pusimos muy tristes, que los ojos con los que miramos al
paisaje ya no buscan algo sino que lo esquivan, lo muestran al exterior y se
reproduce en nosotros el desasosiego de la nada, de la materia, del eco de las
carcajadas, de la sombra del tiempo en la que ya no sabemos mirar. Aquel
domingo de invierno tan soleado como saludable en que la resaca es una palabra
casi diabólica se presentó en tinieblas, pero éramos nosotros a quienes miraba
la hosca hipocresía. La paz te llevo a comentar mientras bailabas.
-Los
ciegos siempre están en el desierto, al no ver no son capaces de calcular la
distancia entre dos puntos, no son murciélagos.
-Dudo
que haya habido jamás un ciego en el desierto.
-Cuando
pienso en ciegos me duele la cabeza.
-¿Cómo
te ganarías la vida en el desierto?
-Pues
no lo sé, es que estoy pensando en otra cosa… Si te quitas de “en medio”,
¿cambias de medio? Es decir, que si me voy al desierto, no voy a estar en “mi
medio” pero entonces quien está en medio normalmente no tiene más medio que su
propio medio, ya se que no es interesant…
-¿Cuándo
vas a darme un beso?-dijo él, como siempre que tenía ganas de soltar una
carcajada.
Los
celos que sentían el uno por el otro cada noche los destruían, la vida no podía
ser más injusta y el mundo parecía un ente aislado que no comprendía la vida,
que atentaba contra la vida, que sometía las emociones al lugar más horrendo de
la noche más estúpida, sin pasión, sin envidia, sin dolor, simplemente físico,
inmoral, arcaico, ingobernable, a destajo, la noche del día en que te conocí
supe que estaríamos mejor solos, solos nosotros, ni ideas, ni creencias, la
vida en su sentido más prudente, cocinando a fuego lento, siendo generosos,
tomando riesgos, emocionados y confusos pero tontos, al fin y al cabo, que van
en serio. Juegas a masticar mis palabras mientras yo juego a desnudarte de
cintura para arriba con la mirada, sabiendo que me querrías matar, temiéndome
que me considerases indigno y meticuloso por partes iguales, pero no tienes de
qué preocuparte pues lo soy, me llamo Ricardo León, mi apellido siempre ha
dicho más de mí que prácticamente cualquier cosa que haya hecho y mi nombre no
se corresponde con mi pelo rubio, la suerte que tuve de que mi madre me llevara
a la peluquería me enseñó a comportarme en el mundo femenino, las mujeres y los
hombres no son igual de fuertes cuando van de la mano, pero depende de la
situación a veces es el uno y otras lo es la otra.
A
decir verdad su sonrisa no era lo que más me gustaba de ella, sino el giro que
atraía su cuerpo al mío cuando le daba por andar rápido y me cogía de la mano
sin decir nada, luchando contra el viento, siempre a la zaga de los animales nocturnos,
siempre ciegos ya que solo nos encontrábamos en nuestras miradas internas,
cuando las luces se cuelan en cada espacio de su pelo, cuando me olvido hasta
de cómo me llamo. Huíamos, es verdad, pero nos parecíamos a los demás, la idea
de subir a nuestras propias azoteas, de caminar por los sitios que estaban por
conquistar era lo que más nos entretenía, pensar en ir al desierto era bastante
habitual, confirmar que las historias de la guerra de Vietnam tenían todavía
algo que ver con el mundo, saborear las vistas de una ciudad inmensa como Nueva
York o perder la noción del tiempo paseando de bar en bar por Madrid siempre
bailando, siempre buscando el beso perfecto. Así nos dejábamos llevar, tu
trabajabas en la gasolinera de tus abuelos, estabas segura de que la vida no
cambiaría mucho más, pero no querías dedicarte todo el tiempo a hablar con
camioneros que no tenían por qué oler bien y yo simplemente escribía en una
revista musical en la que no teníamos ni siquiera imprenta ya que lo
publicábamos todo a través de Internet. Podría decirse que nos fue bien y que
la vida más allá prácticamente era inexistente, que nos conocíamos el uno al
otro como un fotógrafo a su cámara y que el día de mañana habríamos de
casarnos.
Los
días de verano estabas en tu habitación dibujando círculos de distintos
colores, me gustaba mucho esa forma de colocar tu espalda, como a mil
kilómetros de distancia de la mano con la que trazabas las líneas del tiempo,
aquellos días eran muy especiales porque en el trabajo coincidíamos con otros
magazines en los festivales pero aquel año me enviaron a la sierra de Madrid a
cubrir todas las fiestas y pregones, de modo que tenía que abarcar en un
artículo los conciertos de grupos antiguos que no iban a encontrarse de pleno
con sus fans y yo lo consideraba algo vacío de contenido, un entorno así es la
excusa perfecta para peleas, botellones, niños dormidos en los brazos de sus
padres y un sinfín de despropósitos, el primero, lo que suele pasar, es que
nadie haga caso realmente al concierto, los temas suenan flojos, la masa se
aburre y como consecuencia se embrutece, pero entregué un artículo en el que intenté
describir como la esencia de cualquier estilo musical es verdadera solo cuando
hay comunicación entre escenario y patio ya que sin patio no hay nada más que
un grupo que intenta arrancar un coche con la gasolina equivocada y que aun así
este es el único recurso en una industria que destruye el talento y lo
reproduce como algo ajeno al arte en sí, como lo es ver un toro en medio de
tanta gente que disfruta viéndolo bailar antes de morir, esa es nuestra tierra.
Mi
trabajo era especial, pero mi mujer no quería comprender que las horas no se
pagaban así como así ya que había que estar de guardia y no podía comprometerme
a nada durante algunas épocas del año, a ella le disgustaba porque siempre
trataba de organizar un verano en cada uno de esos destinos que nos quedaban
por encontrar y en donde nosotros mismos iríamos a encontrarnos de nuevo con
nuestra propia grandeza ya que disfrutábamos del amor y yo no tenía el carácter
tan duro que no supiera reconocer la necesidad ajena, pues reconocía las mías y
de hecho las corrompía. Un día no fui al médico porque tenía la sensación de
que me hiciera lo que me hiciera para él sería igual hacérmelo a mí que a un
yonki moribundo, o que incluso disfrutaría más con un caso más extremo y yo,
para él era un humano más del montón, un pobre iluso que vivía mejor en la
ignorancia mientras él trataba de hacer que no nos muriésemos tarde o temprano.
Cuando al mes supe que tenía una infección de riñón tampoco me preocupé porque
fuera demasiado tarde, no suelo tener en cuenta las elecciones tanto como las
intenciones y casi me sentí bien de saber que durante un mes entero me pude
dedicar a mi trabajo ahora que había llegado el buen momento.
Éramos
el agua de un manantial corriendo por debajo del mundo, la gruta fría en la que
nuestros corazones aspiraban el valor del deseo, las desdichas de una fantasía
sin brujas, magos o malabaristas, el consuelo de un rayo de sol sobre la
primera cosecha del año, nos podíamos pasar el día mirando por la ventana
mientras llovía, sin decir nada o sin parar de excitarnos al no saber que fuera
de allí todo era tan oscuro que preferíamos dormir o meternos en la cama cuando
los lobos empezaban a aullar. Pero el miedo me invadía cuando me aseguraba de
que no olvidaría nunca nada de ella y a la vez sentía que si algo la pasara
sería como si me pasara a mí mismo, nunca estuve loco, pero sentí que en ese
momento pude rozar las verjas del psiquiátrico, nadie sabe lo que sería de mí
si alguien la mata, la hace daño, tiene un accidente o sin más atracaban la
gasolinera y la hacen cualquier cosa.
Entonces
me dije a mí mismo lo siguiente, ni ella podría conocer esto que está aquí
descrito porque no lo creería, no sabría que es verdad, no me amaría…
Recluidos, sin comida, sin una cama
donde descansar, sin apenas espacio para estirar las piernas, cogidos de la
mano para transmitirnos la energía suficiente y no estorbar con nuestros
llantos a los de enfrente. Miles de ecos resuenan en tus arcadas, caro es el
precio del esfuerzo inútil que nos lleva a derramar nuestra dignidad por calles
sucias, malditas y centellantes. Estás aquí porque sufriste el mayor engaño
jamás contado, si tu vida fuera perfecta habrías encontrado la felicidad en
cualquier cosa pero sientes que tienes que ganarte a pulso la recompensa
espiritual que da el indulto social, nunca pusiste tu granito de arena.
Quisieras estorbar a los de enfrente… Los de enfrente están peor que tú pero por
razones opuestas a tu incredulidad sensible a las caóticas y desorientadas
chicas jóvenes con las que te gusta zalamear sin ningún espíritu, simplemente
como un juego más, otro sortilegio entre el que si no te movieras con soltura
hubieras tenido que invertir el dinero de tu familia para exprimir ese amor tan
decoroso pero tan vacío también. Dependes de ti mismo y eso es lo peor que
puedes hacer porque uno mismo no es nadie, una persona ya no es nada, una
persona vale lo que hace, no lo que provoca si quieres llamarlo así en un amago
de envidia hacia tu propia persona. Si te vieras como yo me veo a mí sabrías
que todo esto es cierto y que tu soledad es primero contigo, no te quieres, ni
te gustas, ni tu ni nadie, es nuestra gran enfermedad, somos hojas secas sobre
un río que podría estar todavía un poquito más frío.
Y subes por las escaleras de una casa
abandonada, observar a tu alrededor imaginando una historia que por olvidada
también podría ser certera aún así te produce una sensación picante, confundes
la oscuridad con los humildes surcos de la civilización, confundes tu propia
mano con lo que llevas en ella agarrado porque no te preocupa tanto caerte en
medio de una ruina y abrirte la rodilla como no estar preparado para narrar el
momento, tú momento por supuesto, porque entonces ya no importa la vida,
importa el hacer, no eres capaz de disfrutar, de dominar tus impulsos, de creer
en ti. Y creer no es ingenuo, solo una humilde contradicción que nos permite
organizar nuestra vida en función del pasado, el presente y el futuro. Nadie es
incrédulo hablando de sí mismo y eso que no existimos en tanto en cuanto que no
somos imprescindibles para que el mundo funcione, somos ecos de energía, la
masa infame del universo, el universo funcionaria sin nosotros y seguro que
disfrutándose a sí mismo, no somos nada porque lo somos todo, nos reencarnamos,
resucitamos, nos ponemos manos a la obra, cometemos delitos, sabemos que hay
que deshacerse de lo desagradable, los animales nos inspiran como humanos que
somos, la vida es un jolgorio… Pero sin cultura, ¿qué quedaría de ese hacer con
el paso de los años? Que bonito es ponerse de acuerdo, construir fronteras,
cambiar el sentido de nuestras vidas, convivir con el odio hacia uno mismo,
creer que somos tan resistentes como el hierro, autolesionarnos para sacar
nuestras pesadillas cuando todo el mundo está mirando, no somos simples
destellos de fanatismo, somos energía en plena combustión, nos hacemos valer
para dejar de ser, para también entrar en contacto con la nada, de la que
procede, sin embargo, todo.
Nunca
más pensé en la muerte, aunque sigo sintiendo que es lo peor de estar vivos.
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