Había allí un aire limpio, la piedra respiraba con ese latido seco que agota las responsabilidades de todo hecho escultural, las formas rectas, los pilares gruesos, una puerta alta de madera con tallados de almohadilla forestal. La hora incierta del almuerzo en invierno acude a mi y mastico una napolitana frente a una iglesia por lo menos neoclásica que se esconde tras unos grabados de escayola muy antiguos y muy vivos en los que veo la misma fe que en el cantar de los pájaros, la de una obra mágica y enigmática que escapa de toda lógica pero que resucita la llama ante la oscuridad.
La soledad me trajo aquí y el recuerdo de hace tiempo, corazonadas y remordimientos, pienso en nosotros y en ellas, en el corazón que nos late cuando el cuerpo se desata y en las consecuencias que surgen del pleno abandono de la razón al candor de los alientos, debía de haber pasado un rato de diez minutos en lo que hacía memoria de eso.
También repasaba mis apuntes sobre la ambigüedad coloquial, que suscita el empeño materialista y biologicista, por decir que las mujeres son las que deciden cuando ser madres en un sistema de poder que aliena las facultades criadoras del hombre y reduce a la mujer al uso convencional de servir a la familia por instinto y obligación moral, y no es tal cosa, pues ahí Malinowski en sus observaciones sobre los aborígenes de Kiriwina, de los hechos sociales que engloban las características de la concepción diría "en toda sociedad el sexo sirve como máquina ventrílocua por la cual se enuncia el orden o el desorden social" mas las prácticas no responden a un solo patrón, el sexual, sino el mítico, el orden social expuesto como imagen del orden celestial, también recrea hechos o advertencias en forma de tabú o magia que contribuyen a asentar las ideas en una estufa lógica y asistemática. Las preguntas son incómodas, pero no hay razones para desesperarse, peor sería estar en Marte.
Paseo sin moverme, solo me preocupa observar el tipo de gente que acude a la misa, son las siete y media, no hay razones para huir, ni prisa por fumar, solo es un rato de tiempo libre y el día sigue su camino como si ya supieran donde está la meta, como si todo fuera tan fácil.
Han pasado dos días del cambio, las posiciones de las fichas sobre el tablero cambiaron y los reyes ya no mueven fichas, son las reinas y sus soldados, los taberneros en sus tascas, drenando caballeros, las embarcaciones en los ríos, sirviendo a los pescadores y los enclenques ilustres soberanos de la fe en sus laboratorios, quienes juegan a ver quien ríe el último. Y aunque toque sufrir para ser por lo menos una casual aparición de la casa donde dicha fiesta se celebra, solo sabiendo el sentido de las canicas no te aseguras saber que disco será el más escuchado mañana.
No sé que pasó en ese instante, me estaba empezando a ahogar en la piscina del poder y las palabras, divagando con la naturaleza de los ángeles y el vértigo de las simas oceánicas que inundan un sentimiento de incertidumbre muy profundo y misterioso, echaba el aliento en cada burbuja de olvido que la inminente realidad virtual ha esparcido sobre nuestros razonamientos y calibraba la ecuación de la recta desde mis recuerdos hasta el umbral donde ahora recojo rayos de luz y no encontraba más que azar y un inmenso suelo de raíces secas.
Cuando de la nada surgió aquel señor, que con un desalarmado trote bajaba por aquellas escaleras de ceremonia y lo vi llegar, iba buscando a alguien y yo no quise irme, preguntó, pero no como lo hace la gente, sino con todo su cuerpo, danzó, y era viejo, pero llegó a causarme curiosidad, me estaba intentando hablar sin palabras y yo tuve que decirle Hola, pero no era esa la manera correcta, al instante, entre sus ropajes agarró su bufanda blanca y me hizo mirar, se fijó en mi y se tapó con el trapo la cara como una cortesana a la que el decoro obliga a camuflar su risa, por simpatía, yo, que llevaba un gorro me lo quité y le dedique una mueca de agrado, quién sabe, aquel señor no era malvado y yo no tenía por qué salir corriendo.
Justo después se sentó conmigo, me señaló la Iglesia y me sonrió, empezé a quedarme mudo, no comprendía ese misterio y como un elocuente majara le pregunté en inglés un How are you poco claro, la voz se me esfumaba, él tenía el pelo blanco y muy largo, la piel blanca, muy blanca, era la viva imagen de Gandalf, pero no llevaba capa, vestía elegantemente y olía a jersey olvidado en un armario de olivo, lucía una larga barba y tenía los ojos azules como el cielo. Pronto empecé a creer que estaba jugando una partida de dados con la muerte y que aquel hombre era un ángel caído, mi impacto era total. No podía hablar, y él, como yo creía que debía ser, pregunto primero, más bien señaló a la Iglesia y después a mí, yo, creí bueno seguir hablando, dije otra vez en un terco entendimiento de la situación I am not a believer.
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