Excursionistas, uníos. La asamblea tardará en comenzar pero
mientras esperamos y nos vamos conociendo tras nuestra larga marcha estamos más
tranquilos. Los demás vendrán a lo largo del horizonte encima de velas de
viento conducidas por los deseos de los que aquí se han reunido y nos observan
sobre la suela de sus zapatos. Ninguna norma será prohibida salvo las
evidentes, aunque discutidas dicotomías sobre la edad para permitir un proceso
sexual, nos abstenemos de impedir los que tengan que ver con señores y señoras
cuya causa mantenga un interés común. No hacemos observación de las pruebas y
caminamos durante largas esperas porque estaremos esquivando la preocupación
doliente y nos preferimos a nosotros mismos, cierto que vosotros parecéis los
más apuestos príncipes y las más bravas doncellas. Estaremos más a gusto en
cuanto se caliente nuestro café de las cuatro.
Quinientos individuos acerca de cualesquiera que sean
nuestros planes ya nos sean gustosos o espinosos, tiernos o dulces, geniales o
curiosos; de aquellos que anuncie la campana sobre la cual estamos sentados
comerán. Reirán las fieras y los poderes gustándose de apaciguarse sin demora
en la suerte de los caminos que indican las praderas que producen escenarios de
naturaleza y causas de nostalgia, nostalgia histórica. Lo esencial es
inevitable para la práctica y por tanto para el hombre cualesquiera sean sus
quinientos dioses. Las leyes de la realidad nos producen esquirlas en la
identidad y el conflicto de intereses nos olvida. Las palabras son objetos de
esquiva franqueza, nos encienden el bar de los atardeceres que todos tenemos
dentro, nos dan calor, a pesar de ser meramente lo que el azúcar mezclándose
con el café.
El de las fresas corría por las casas de los osos comiéndose
sus crías, nuestras amigas lo vieron caer en el muro de la carretera. Lo
recogieron comiendo fresas y cocinaron sus ropas, mientras sus hijos le
quitaban el pelo de todo el cuerpo, las sucias paredes de la carretera emitían
esquivos susurros de bengala y hurdes. A las ocho de la tarde frecuentamos el
cementerio de la Iglesia para sorprender a los lechuguinos que encendían las
aceras y robarles el queso, en lo que al resto del confín, nos advenedictamos
las pautas, el consejo y el aliento de la excursión en las preciosas mentiras del comilón que
encendían su envidia. Mientras el cazador estudiaba las lunas del norte para
saber qué día escogerían los osos para ir a por material para su lecho, las
sombras del concilio cundían las trampas que el tiempo las enviaba con este
surco de la fábula cuando las calderas asan las ropas del gañán pertrechando la
forma en que repartirlas pero condenadas a beber del caldo para saborear la
sangre del oso.
TEFERI III
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